El siguiente cuento, la alegoría del carruaje, es sobre la evolución del hombre en sus tres etapas de desarrollo principales: infancia, adolescencia y madurez.
Aparece al principio del libro de Jorge Bucay «Las tres preguntas». Y es una de las historias que responde a la pregunta ¿Quién soy?
Estas tres etapas de infancia, madurez y adolescencia, son las tres etapas por las que pasa todo ser humano.
Al principio vamos descubriendo, no actuamos, más bien observamos.
Y entonces viene la etapa en la que comenzamos a actuar, ponemos en práctica lo aprendido, sin mucho conocimiento del desarrollo y las consecuencias. Pero movidos por grandes emociones que se despiertan y grandes ideales.
Si conseguimos traspasar esa etapa, sobreviene la madurez, que en la historia, viene determinada con la aparición del cochero, el cochero es el aprendizaje, la puesta en práctica de lo aprendido, si es que lo hemos aprendido y la necesidad de autocuidado.
La alegoría del carruaje de Jorge Bucay.
Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Sal a la calle que hay un regalo para ti.
Entusiasmado, salgo a la calle y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo en frente a la puerta de mi casa.
La calesa
Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”.
Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo.
Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo: “¡Qué estupendo este regalo! “¡Qué bien, qué bonito…!” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Los caballos
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo puede uno ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
-Le faltan los caballos – me dice antes de que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.
-Cierto – digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro les grito:
-¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy bonito, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
El cochero
En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto.
Le insulto: -¡Qué me hizo!
Me grita:-¡Te falta el cochero!
¡Ah! – digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero.
A los pocos días asume funciones.
Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo… Yo disfruto el viaje.
Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.
A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió.
Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos.
Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta.
Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos.
No permitas que el cochero los descuide.
Tienen que ser alimentados y protegidos, porque… ¿ qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de ti si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿ cómo sería la vida?
Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.
Obviamente tampoco puedes descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto.
Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento.
Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje…”
Esta alegoría del carruaje es como lo que decía aquel anuncio…
La potencia sin control, no sirve de nada.
Pirelli
Llega un momento después de habernos experimentado que aprendemos y decidimos empezar a cuidarnos.
Hay quienes se conforman con los cuidados básicos y otros descubren el placer de dedicarse momentos específicos de autocuidado con el yoga por ejemplo y otros que deciden ponerse a prueba y perfeccionarse con técnicas como el ayuno.